Ya no se trata solo de qué comes, sino de cómo, dónde y con quién. En los últimos años, el brunch dejó de ser solo una comida “cool” para convertirse en algo más profundo: un ritual lento, visual y emocional que muchas personas —en especial mujeres jóvenes— han adoptado como su momento de descanso, autocuidado y conexión.
Y en ese contexto, los picnic cafés, terrazas tranquilas y brunch spots con estética suave han tomado un lugar clave en nuestras semanas.
Los datos lo respaldan. Según un estudio de Pinterest Predicts, la búsqueda de términos como “aesthetic brunch” y “picnic café ideas” creció más de un 120% en 2024, con un pico en países como México, Corea del Sur y Francia. Esto no es solo sobre comida: es sobre espacios que nos permitan pausar, respirar y compartir algo que se sienta especial, sin que sea necesariamente caro o formal. El brunch se convirtió en la excusa perfecta para parar y mirar alrededor.
Muchos de estos lugares tienen algo en común: vajilla de cerámica, paredes con texturas suaves, luz natural, ramos de flores frescas, y una carta que mezcla lo reconfortante (como pan francés o huevos benedictinos) con lo fotogénico (lattes con arte, sándwiches abiertos con hummus y pétalos comestibles). Es lo que algunos han bautizado como “comer con sensibilidad estética”. Y sí, hay algo terapéutico en ello.
El brunch también se volvió un acto de autoafirmación: de tomarte una hora para ti, sola o con personas que quieres, sin prisa. Es un momento para estar presente, sin pantallas, sin ruido, solo tú y una mesa bien puesta. Por eso, en redes sociales, tantos videos muestran la frase “comí bonito y me sentí mejor”. No es superficial. Es un ritual moderno de pausa, belleza y placer.
Este fenómeno ha impulsado a nuevos cafés en ciudades como CDMX, Guadalajara o Mérida a diseñar experiencias más sensoriales: espacios donde no solo se come rico, sino donde la atmósfera importa tanto como el plato. El brunch se volvió un acto emocional, como leer un buen libro o caminar al sol. Es comida, pero también es contención.
Así que sí: hay algo profundamente humano en sentarte a comer algo bonito. No por la foto, no por impresionar. Sino porque tu cuerpo y tu mente también necesitan momentos suaves. Y a veces, un café con pan sobre una mesa luminosa puede ser justo eso: un abrazo con forma de desayuno.